Capítulo I
"La Oficina"
La
mañana estaba fría, Tomás se frotaba las manos para hacerlas
entrar en calor, pronto el reloj daría las cuatro de la madrugada.
“La Oficina” era el primer bar en abrir y último en cerrar, a
veces, Tomás tenía jornadas de veintidós horas, decía que al
menos cerraba esas dos horas para poder dar de comer a sus gatas,
Michi y Gata, dos siamesas criadas a biberón y que vivían en el
piso a cuerpo de rey. A cambio de cama y comida mantenían el hogar
de Tomás libre de roedores e insectos.
Sacó
las llaves pensando en la buena vida que llevaban sus felinos, al
introducirla en la cerradura sintió como si lo absorbieran desde la
acera de enfrente, un sonido que lo dejó sordo se expandió por toda
la calle, iba acompañado de un calor extremo que le hicieron tomar
consciencia momentánea que su local había explosionado y que él
volaba hacia la otra acera impulsado por la onda expansiva.
Un
coche negro arrancaba el motor y desaparecía calle abajo mientras
vecinos asustados comenzaban a levantar persianas para ver qué había
sido aquel ruido atronador en forma de explosión que los había
sacado de la cama aquella fría mañana de Febrero.
Al
funeral asistieron pocas personas, Jesús miraba fijamente el ataúd
mientras lo introducían de manera pausada en el horno crematorio.
Una voz femenina lo sacó de sus pensamientos.
-
Mala suerte que se dejara el gas abierto y al entrar fumando le
explotara en la cara.
Jesús
no dijo nada, encendió un cigarrillo y girando sobre sus talones le
dijo a su compañera:
-Tomás no fumaba, esto ha sido intencionado y alguien muy poderoso
me ha mandado un aviso.
La
inspectora Gutiérrez abrió los ojos anonadada,
a
pesar de llevar más
de un año junto a el inspector, aún la sorprendía
con su capacidad intuitiva y cómo se tomaba las cosas vitales
de
una manera tan tranquila, tranquila se repetía ella en la mente, que
no pasiva. Tuvo que dar algunas zancadas rápidas para alcanzar al
hombre que más de una noche la había dejado sin dormir.
-¿Vamos
a comisaría o a “El
Paraíso”?, quiso saber Emilia. Todo ello lo dijo ya montada en el
coche y bastante tensa porque a pesar de las veces que iba de
copiloto con su compañero, no lograba acostumbrarse a la forma tan
brusca que tenía de conducción el inspector.
-Jesús,
con ambas manos en el volante y la mirada fija en el asfalto
respondió con un lacónico: -¡No!.
-¿No?,
cuestionó ella, ¿No qué?, quiso que Espinoza
ahondara y verbalizase sus intenciones.
-Vamos
al Ayuntamiento, reveló de forma abrupta, sin más explicaciones ya
que no se sabe porqué razón, el policía daba por hecho que todos a
su alrededor debían saber o pensar de la manera que él lo hacía.
No
tardaron en llegar a la casa consistorial, A
Emilia
le
molestaba bastante el
ir al
rebufo de su compañero, además,
no
tenía ni idea de qué “coño” hacían en ese edificio, ni a
quien iban a ir a visitar. Como
hacía últimamente, callaba y aprendía del mejor.
Subieron
las escaleras principales y llegaron a la alcaldía, allí una chica
vestida tal que una ejecutiva escribía en un portátil y hacía las
veces de cancerbera custodiando la puerta del despacho del alcalde.
Cuando
ambos se pusieron frente a la mesa, la mujer levantó la vista de la
pantalla y con una voz muy dulce,
casi empalagosa
habló:
-¡Buenos
Días!, ¿Qué desean?.
-
Ver al alcalde, la voz grave de Jesús rebotaba en aquellas paredes
marmóreas contrastando con la de la funcionaria que apenas habían
sobrepasado el borde de la mesa.
-
¿Tienen cita?, volvió aquella dulce voz a sonar,
-Por que el Señor Alcalde sólo atiende con cita previa. Apostilló volviendo su mirada
a la pantalla del portátil y dando por finalizada la conversación
con aquellos extraños.
¡Señor!,
se sobresaltó Gutiérrez al oír llamar así al alcalde, si supiera esa
jovencita lo que ella ha visto a ese “Señor” meterse por el culo
de la manera más indigna posible…
¡No!,
gruñó Jesús, No tenemos cita ni la tendré nunca, avise si quiere
de nuestra presencia o no lo haga, me la suda. Al decir esto la mujer
sentada tras la mesa abrió los ojos queriendo mostrar un asombro del
que ninguno de los policías echó cuentas, ya que cuando ella logró
pestañear, el detective abría la puerta de la alcaldía y accedía
a su interior.
La
secretaria saltó tarde y mal de su asiento tratando en vano de
evitar lo ya inevitable, Emilia había seguido los pasos de su
compañero, así que le cerró el paso a la pobre mujer que manoteaba
tras ellos gritando:
-
¡Lo siento señor Alcalde!, ¡lo siento!. Curioso era ver a esa
jovencita gritar y que sus gritos fueran insonoros, de hecho, con el
mismo tono que hablaba gritaba. La inspectora no sabía si reír o
abrazarla cual peluche.
-¡Hombre
Espinoza! Saludó el Alcalde a los recién llegados, ¿Qué te trae
por mi despacho?. El tono socarrón y cómplice que usaba con el
Inspector contrastaba con el porte hierático de Jesús.
-No
pasa nada Sandrita, son bien recibidos. Le dijo el Alcalde a la joven
secretaria que comenzaba a transpirar por cada poro de su piel y a
respirar de forma ahogada por su
incapacidad de mantener a salvo a su jefe de
esos intrusos.
Cuando
la chica cerró la puerta, el edil
volvió a tomar la palabra.
-¿Y
esta bella joven que te acompaña quién es?, quiso saber el
político, que permanecía tras su enorme mesa de despacho sentado
mientras los policías se mantenían de pie sin ninguna invitación
a que cambiasen su estado.
Inspectora
Emilia Gutiérrez, se presentó la mujer adelantándose a Espinoza y
sacando su tarjeta identificativa a la vez que se la mostraba al
curioso hombre que no hizo el menor caso a la acción de la mujer.
-¿Un
habano?, le ofreció a Espinoza que sin mediar palabra lo
rechazó al sacar
su paquete arrugado de Chester
y encender
uno de los pocos cigarrillos que le quedaban.
Jesús
dio una enorme calada al
pitillo,
mantuvo el humo en su interior por un tiempo indeterminado y cuando
pareciera que nunca más volvería a salir, lo expulsó con fuerza
hasta cubrir casi la totalidad de la cara del alcalde. Tras el humo,
las palabras del detective:
-Si
yo caigo caemos todos. ¡TODOS!, sus palabras fueron secas , duras,
amenazantes.
Se
giró en redondo, ofreció la espalda al alcalde, arrojó el Chester
al suelo y al salir lo pisó cómo quien pisa un gusano al que se le
tiene mucha inquina. No dijo adiós ni miró para detrás, se marchó
de la manera violenta que había llegado.
De
nuevo tocaba salir corriendo tras el hombre, Emilia era bastante
consciente de que las maneras de su compañero eran diferentes,
arcaicas, rozando, si es que no se sobrepasaba, la ilegalidad. Pero
eso era lo que le hacía único en la ciudad.
Una
vez sentados en el Ford, Emilia cambió la estrategia y no preguntó
nada, se limitó a decir:
-¡Tengo
hambre!. -¡Arranca y llévame a comer!.
Jesús
la miró por primera vez a los ojos desde que estuvieran en el
entierro de su amigo, cogió el último cigarrillo de su paquete y
lo estiró con cuidado mientras hacía un gurruño con el paquete
vacío y lo arrojaba al sillón de atrás. Comenzó a jugar con el
tabaco entre sus robustas manos sin
apartar la mirada.
-Esto
es una putada, comenzó a sincerarse,
-si permaneces a mi lado es muy
probable que te pase lo que al pobre de Tomás, y eso no me gustaría.
Respiró hondo y continuó sin alterar el tono de su grave voz.
-Tengo información muy delicada de varios empresarios, políticos y
gentes de negocios muy turbios, y la tengo porque me la confiaron
para protegerla, pero ahora se ha convertido en una sentencia de
muerte para todo aquel que me importe, e incluso para mí mismo. La
única manera que tengo para salvaros a los pocos que os quiero es
entregar esa documentación, lo que costaría mi vida. (O
no entregarla y entonces
os
costaría a ustedes)
pensó.
El
silencio tras esta declaración fue ensordecedor, Emilia seguía
mirando los ojos de aquel hombre tan íntegro al que había amado y
que la tenía enganchada de manera física y mental.
-¡Sigo
con hambre!, rompió de esta burda forma el tenso momento que se
había creado. Por la mente de la joven, que seguía con la intención
que llevaba cuando salió de la academia de no dejarse nunca
corromper, no pudo evitar dejar pasar varias imágenes vividas de
compañeros que se doblegaron y sucumbieron a la corrupción bien por
miedo o por algo peor, ambición.
-Jesús
esbozó una mueca en forma de sonrisa.
-¿Sabes que Tomás se ha jubilado y en “la oficina” la comida ya
te la dan quemada?. A ver si encontramos algún antro que nos de un
almuerzo que no nos destroce por dentro.
Arrancó
el coche y puso rumbo a cualquier bar que les diera de almorzar un
menú decente.
Capitulo
II
“La
Familia”
-¡Y
estas serán las nuevas condiciones de la familia!. Hablaba así un hombre bajito, con cejas enormes y cara de tipo duro de una edad
indeterminada entre los cincuenta y cinco y sesenta y cinco años, su voz era grave y pausada, hablaba sin apartar el puro de la boca.
Vestido con un traje a rayas, chaleco y corbata. Destacaba por su
elegancia sobre el resto de miembros de la mesa que vestían de
manera informal, a la moda.
La
habitación forrada de madera iluminada con una gran cristalera que
la separaba de una enorme terraza, estaba ubicada en el último piso
del Hotel Miracles, del que el susodicho tipo era el dueño. En una
enorme mesa, sentados y sin rechistar, se miraban en silencio los
miembros más destacados del hampa de la zona. A pesar de ser
respetados por todos los ciudadanos de "La Capital", había uno que les hablaba de
forma tan humillante, que de ser cualquier otro, estaría muerto al instante, ese hombre que tan desahogadamente hablaba no era otro que el jefe supremo.
El Sr. Pom.
Nacido
en una familia obrera muy humilde, había logrado ir ascendiendo hasta la cúspide de la
pirámide del mal, debido a su crueldad, sangre fría y capacidad de
analizar las distintas situaciones sacando de ellas la máxima
rentabilidad. Hacía varios meses que había dejado la costa para
asentarse en “La Capital” asestando grandes golpes de enorme
virulencia sobre los miembros más reacios a perder su cuota de
poder.
En
la reunión estaba dejando claro a todos los jefes de las distintas zonas que el cincuenta por ciento
del dinero que pasara por sus manos le pertenecía a él, a cambio
dejarían de tener que sobornar a policías, políticos o jueces. Desde ese mismo momento entraban bajo la protección única del
Señor Pom, y todo lo que pasara en “La Capital” necesitaba
de su conocimiento y permiso.
De
esta manera acababa el golpe de estado e instauraba la dictadura de
la Mafia en el que él, el Sr. Pom era su máxima autoridad.
Ninguno
de los presentes movió un labio para protestar, todos sabían que
sus vidas en esa sala pertenecía a ese hombre, aunque estaban seguros que tarde o temprano acabarían con ese tirano. Lo que todos
ignoraban es que el Sr. Pom no estaba en esa posición de poder por
casualidad, estaba porque era el mejor.
-Salgamos
a la terraza a celebrar esta nueva etapa, prosiguió con su verborrea
el pequeño hombre a la vez que se levantaba de la silla de piel
beig. Los hombres sentados a su alrededor se miraron de forma
dubitativa, no estaban acostumbrados a recibir órdenes de nadie, y
menos de un tipo de fuera de “La Capital”, un foráneo de la
Costa.
Nueve
hombres que se miraban cual partida de Poker, sin querer relevar sus
verdadera intenciones, sus rictus estaban serios, no reflejaban ningún
sentimiento, permanecían fríos e inertes.
Tomé,
“El Greco”, aún no había cumplido los cincuenta, pero su pelo
canoso y barba blanca lo hacían parecer mayor. se le conocía por
ese sobrenombre porque según contaba
él mismo,
era nascituro de Toledo. Y aunque no conoció a madre o padre alguno,
siempre llevó a gala el lugar dónde había sido encontrado.
Según
sus propias palabras, al nacer lo
dejaron abandonado en la Iglesia de Santo Tomé, de ahí su nombre, y
como coletilla siempre remataba diciendo: “Como todos sabréis,
allí se encuentra la magnifica obra el
entierro del Conde Orgáz, del Greco.” La
mayoría no conocía al Pintor y mucho menos su obra, debido a esa
anécdota que contaba desde su niñez, se le conocía como Tomé “El
Greco”.
Afable
en su trato directo del día a día, era un cruel jefe del crimen
organizado. Su ambición le había llevado a no aceptar al Sr. Pom
como nuevo jefe y le envió al de la Costa un mensaje directo. Cortó los
testículos al correo que envió el pequeño hombre informando de la
nueva situación, con una carta manuscrita, llena de faltas de
ortografía advirtiendo que si algún otro foráneo llegaba a su
territorio, acabaría de igual manera que el hombre que vino a traerle la información, pero esta vez con sus miembros en la boca.
El
Sr Pom al recibir la noticia, envió a cinco de sus mejores hombres a la casa del
hijo mayor de “El Greco”. Mario, el primogénito de veintidós
años y destinado a seguir los pasos de su padre; casado con Ana, una
amiga de la infancia y con un crio de seis meses orgullo de su
abuelo y que pronto sería bautizado con el nombre de Tomé.
-¿Quienes
sois?, gritó Mario tratando de salir de la cama, fueron sus últimas
palabras, un golpe en la cabeza con un bate de beisbol lo dejó
tumbado boca arriba, la almohada de algodón blanco se fue tiñendo
poco a poco de rojo. Sus ojos abiertos veían lo que ocurría a su
alrededor pero era incapaz de articular palabra y su cuerpo
convulsionaba bajo las sábanas.
Ana
comenzó a gritar aterrorizada, lo hombres no tuvieron piedad de la
joven, la desnudaron y la fueron violando uno tras otro, tanto
vaginal como analmente en
el
lecho conyugal, junto
a su marido,
hasta que quedó exhausta y perdió el conocimiento. Mario fue
testigo mudo de cómo una vez violada le cortaron la garganta sacando
la lengua por la hendidura realizada en su joven yugular.
Su
hijo lloraba desconsolado en la cuna, uno de los sádicos hombres le
pidió al individuo que grababa la acción que lo enfocase, cogió al
bebé con sumo cuidado de la cuna hasta hacerlo callar, una vez el
niño estuvo sereno,
el hombre miró a la cámara, sonrió.
-Enfoca
de cuerpo entero, pidió.
El
cámara abrió
el plano captando
a ese grandullón meciendo al infante, en un segundo dejó caer a la
criatura a la
vez que le propinaba
una patada al cuerpo que caía sin control, reventando al
pequeño que impactó contra la pared de la habitación cayendo al
suelo inerte y lleno de sangre.
Una
vez que toda la familia había sido masacrada, la cámara se centró
en el hombre que seguía convulsionando, al enfocarle el rostro se
pudo observar cómo unas lágrimas corrían por su rostro, pronto una
voz conocida sonó en la grabación, era el Sr. Pom, que con su grave
y pausado
tono
decía:
-
¡Bonita habitación!, y ¡Qué bien decorada!, la cámara se giró y
en la película se podía observar al hombre bajito golpeando con un
bastón el cuerpo del bebé en el suelo mientras seguía hablando.
-¡Lástima
que hayamos llegado a esto querido Tomé!, como verás lo
acontecido aquí
es un aviso para ti y para todos los demás miembros de las zonas de
“La Capital”. Debéis
saber que todo lo que en ella existe o habita es de mi propiedad, y
quien discrepe de mi decisión… terminó
de hablar mientras con el bastón golpeaba la lengua de la mujer
muerta.
Se
giró teatralmente a la cámara y del bastón sacó un afilado
cuchillo.
-¡Y
esto! Señor Greco va dirigido en exclusiva para usted. Destapó a
Mario, bajó el pantalón del
pijama dejando el cuerpo desnudo del joven, cogió el pene y los
testículos y de un tajo se los despegó del cuerpo, la sangre salió
a borbotones, el pequeño hombre cogió los trozos de carne y se las
metió al moribundo que ya apenas emitía ruidos en la boca.
Cuando
Tomé “El Greco” visualizó el vídeo se desmayó, luego estuvo
una semana vomitando. Al
octavo
día de la masacre se encontraba en una
enorme mesa,
en
el ático de una habitación de hotel
rodeado de compinches, los cuales habían recibido también el vídeo con el asesino de su primogénito; su nuera y de su primer nieto.
Tomó
aire y exclamó:
-¡Queridos
amigos, ya habéis oído al Sr. Pom!, salgamos a la terraza a brindar
por esta nueva situación. Se incorporó de la silla a la vez que el
hombre de las enormes cejas sonreía de forma sutil. Tras él se
fueron levantando uno a uno todos los jefes de las zonas y
acompañaron al afligido padre hacia la enorme terraza, en último
lugar quedó el Sr. Pom, que ya con la habitación vacía de
hombres, cerró la puerta de cristal dejando en el exterior al
nutrido grupo. No les dio tiempo a aquellos asesinos saber lo que
pasaba.
-¡RATATATATATATATA!,
una ráfaga de ametralladora eliminó toda vida de aquella azotea, un
rio de sangre y carne se fue escurriendo hacia el sumidero.
Capítulo
III
"La llamada"
Se
levantó con cuidado de la cama, no quería despertar a su compañera,
ya hacía un año que se acostaba con ella y aunque se había negado
a que se quedara a vivir con él, Emilia día a día iba lastrando su
existencia en ese apartamento dejando cada vez más posesiones
personales. La piel canela brillaba bajo la luz de la luna que
atravesaba la enorme ventana abalconada de su dormitorio. Jesús la
contempló en pie; desnudo; haciendo un análisis mental de cómo
aquella hermosa criatura podía estar con un tipo cuya coraza
comenzaba a pudrirse por la edad en un cuerpo poco agraciado.
Se
sentía culpable por hacer que esa joven perdiese un tiempo precioso
con alguien que casi la doblaba en edad y a su vez la vanidad le
podía, ya que poseerla le hacía sentir joven y paladear el orgullo
de macho triunfador le tapaba todo sentimiento de culpabilidad.
Cogió
la cajetilla de Chester de encima de la mesa de noche y salió
desnudo y en silencio camino al salón. La casa aclimatada le
permitía deambular sin ropa sin sufrir las inclemencias del tiempo,
además, se apartaba de la mujer para poder ver todo con claridad, ya
que su presencia le hacía perder perspectiva.
La
luz de las farolas callejeras y la luna llena hacía que el Salón
estuviese completamente iluminado y aunque la diferencia de
temperatura con el exterior superaba los 20º, Espinoza salió a la
terraza con la única posesión de un encendedor y el paquete de
tabaco. Apoyado en la baranda del balcón, miraba la vacía calle sin
fijar la vista en ningún punto. Se puso un cigarrillo en la boca, a
la vez que la frialdad se le iba pegando al cuerpo encendió el
mechero y notó el calor de la llama en su rostro que se iba helando
por momentos.
Cada
bocanada de humo caliente que aspiraba hasta lo más profundo de su
pecho le ayudaba a despreocuparse por el problema tan jodido
en el que se había metido. Su mente se nublaba detrás del humo de
ese cigarrillo que se consumía
poco a poco pero que a Espinoza le parecía veloz.
Una
mano caliente en su hombro frío le sobresaltó, era Emilia que
enfundada en un edredón blanco se había acercado sigilosa, cual
gata en busca de su compañero, Espinoza había dado un respingo pero
ni se giró ni dijo nada, Emilia abrió el edredón y abrazó a
inspector, sus calientes pechos notaron la frialdad de la espalda del
hombre haciendo que el contacto con la frialdad endurecieran sus
pezones, el hombre a su vez notó el suave tacto de la piel tersa y
tibia de su amada. Se giró y besó a la mujer con pasión, dejó
caer la colilla hasta la calle y con esa misma mano agarró el culo
terso y duro de la chica que al sentir la poderosa mano que la asía,
suspiró.
La
terraza no era muy amplia, apenas dos metros de larga por uno de
ancho, pero dos cuerpos enamorados se adaptan perfectamente al
espacio del que se dispone, y así, embutidos en aquella colcha Jesús
besó el cuello de la chica, bajó hasta sus pequeños y jóvenes
pechos, se deleitó mordisqueando el pezón y quedó un buen rato
saboreando las oscuras aureolas que coronaban aquellas pequeñas
tetas que desafiaban impertinentes a la gravedad.
La
mujer gemía con cada mordisco, se retorcía sobre la tela llena de
plumas y notaba el peso del hombre sobre ella, sus manos recorrían
la espalda y clavaban suavemente las uñas en la piel del hombre que
sabía que cada vez que recibía esos apretones era para que su boca
no dejase de succionar y morder los pequeños pezones y sus sabrosas
aureolas.
Sin
que la mujer lo esperase, Espinoza se levantó, la cogió enfundada
en el edredón y la llevó hasta la habitación. Los cuerpos
rápidamente se habituaron a la nueva temperatura, Jesús depositó a
Emilia sobre la cama, apartó lo que la cubría y contempló durante
unos segundo lo que iba a poseer en breve. El inspector se lanzó a
la entrepierna completamente depilada de la mujer, su lengua devoraba
aquel manjar que poco a poco se fue inundando, los gemidos de la
mujer le permitían coger aire a la vez que su corazón se aceleraba,
los orgasmos fueron cayendo en cascadas al igual que su flujo, un
grito final la hizo derrumbarse en la cama y perder todas las
fuerzas, Jesús reptó por el cuerpo agotado de la mujer sin apartar
su lengua de la piel de la amada, así recorrió el vientre plano de
la chica bordeando su ombligo, llegó a los pequeños pechos y se
entretuvo lamiéndolos nuevamente para acabar el recorrido en la boca
de la mujer, que recibió los labios y la lengua de su compañero con
avidez.
El
pene erecto del hombre encajó en la lubricada vagina de manera
fácil, la excitación de ambos era enorme, la mujer que aún no se había recuperado de la anterior batalla, recuperó con
rapidez el ritmo del placer. Bastaron unos pocos minutos de empuje
del hombre, que junto a los movimientos de pelvis de ella, para que
se vaciara en las entrañas de Emilia, que recibió al agotado
hombre en su pecho, y así abrazados quedaron dormidos.
Minutos
antes que la alarma del móvil sonara Jesús se despertó, la apagó
y se metió en la ducha no sin antes mirar el maravilloso cuerpo
dormido de su compañera Emilia.
Bajo
el agua caliente no percibió que en el baño se colaba su amante,
Emilia entró en la cabina de la ducha y sin mediar palabra se
arrodilló frente al hombre y comenzó a jugar con sus labios y
lengua con el pene, a Jesús le encantaba esos momentos en los que la
inspectora se arrodillaba ante él y no paraba hasta dejarlo seco. El
agua caía en la cara de la mujer, que a pesar de la incomoda postura
mantenía un ritmo muy placentero para Jesús, sus manos agarraban con
fuerza el culo del hombre, mientras este dejaba caer sus poderosas
manos sobre la cabeza de la mujer marcando el ritmo.
Eyaculó
en el interior de la boca de ella, que lejos de parar continuó hasta
que los espasmos del hombre cesaron, una vez cumplido su objetivo, se
levantó dándole besos por el pecho al inspector hasta llegar a los
labios. Jesús notó aún el sabor a su semen en la lengua de ella,
pero no se apartó.
A
Jesús no le gustaba que se le colaran en la ducha, pero si era para
aquellos menesteres, siempre la visita sería bien recibida, cuando
acabó de besar a la mujer se apresuró en acabar. Emilia
permaneció un buen rato bajo el agua.
Mientras
la pareja andaba retozando en el cuarto de baño, el teléfono del
inspector había sonado repetidas veces, debido al ruido del agua no
oyeron cómo el móvil sonaba de manera incesante.
Cada
ocho conexiones saltaba el contestador automático del móvil.
-“Soy
el Inspector Espinoza, en estos momentos no puedo atenderle, deje su
nombre y número al que desee que le llame y le contestaré lo antes
posible”. Diez fueron las llamadas que recibió el móvil del
inspector y cada vez que respondía el contestador, el emisor cortaba
la misma. Hasta que en la última le dejaron un mensaje alarmante.
Cuando
Jesús salió del baño no se dio cuenta de las llamadas perdidas
del móvil, se vistió de manera pausada, recreándose en cada una de
sus acciones, trataba así que su cabeza no le diera más vuelta al
caso en el que él era el máximo protagonista.
Escuchó
cómo la Inspectora Gutiérrez cerró el grifo del agua, canturreaba
canciones de Fito y su voz desafinaba de manera exagerada, eso hizo
que el hombre esbozara una sonrisa, todo no podía hacerlo bien,
pensó…
Buscó
el móvil con el cigarro en la boca, cuando lo encontró vio que
había muchas llamadas perdidas en la pantalla, también un mensaje
de voz, manipuló el aparato para poder oír el mensaje, cuando le dio al Play salía Emilia del baño con una toalla re liada en su pelo y
otra en su cuerpo, ambos pudieron escuchar nítidamente el mensaje que
les decía:
-”Inspector,
soy Lázaro, de -el Paraíso -, en cuanto pueda
llámeme al número de las llamadas perdidas, es muy urgente que
hablemos, de vida o muerte”. La voz sonaba atemorizada, algo muy
gordo acababa de ocurrir en aquel antro.
Capítulo
IV
“El
Apremio”
Quince
minutos después de oír la grabación de Lázaro, Espinoza y
Gutiérrez estaban andando por el callejón oscuro dirección a “El
Paraíso”, en la puerta del antro se encontraba el
hombre que había insistido tanto por teléfono,
un enjuto hombre de no más de metro sesenta y una edad comprendida
entre los cuarenta y sesenta años, repeinado hacia detrás con media
melena y cabello negro brillante por un exceso de gomina. Su ropa no
mejoraba la imagen del pequeño hombre. Un traje de chaqueta beig
anacrónico que le quedaba enorme, lo que le hacía parecer aún más
pequeño y delgado. Fumaba dando fuertes caladas, mostrando así su
impaciencia. Junto a él, una mujer con el pelo cortado a lo garçón
con
canas que
afloraban
entre las
matas
oscuras. Vestida
impecable con un traje de chaqueta de dos cuerpo, al
lado de aquel espantapájaros la hacía parecer mucho más alta y
esbelta de lo que realmente era, miraba fijamente a los recién
llegados.
A Emilia no se le escapó el pequeño respingo que dio su compañero
cuando se percató de la presencia de aquella extraña.
Cuando
Lázaro vislumbró a la pareja, arrojó el cigarro al suelo y bajó ágil los dos escalones que separaban la entrada del Paraíso con el
sucio callejón.
-¡Inspector,
por fin!, soltó aliviado a la vez que tendía ambas manos hacia el
policía. Impresionaba ver el efusivo saludo y cómo agarraba con
aquellas secas y huesudas manos las enormes manos de Espinoza. Tal y
como si el inspector fuese algo así como el Santo Padre. Emilia no
perdía detalle de lo que iba aconteciendo y su mente hacía
comparaciones que a ella misma se le antojaban increíbles.
Cuando
llegaron a la altura de la puerta blanca Lázaro se giró para
preguntar a Espinoza.
-¿Conoce
a la señorita Antonia?.
La
voz de la mujer no concordaba para nada con su figura, el timbre de
su voz era de una enorme agudeza y cantarina.
-Sí, nos conocemos, no hacen falta presentaciones. Sus manos no
dejaban de apretar sobre su pecho una carpeta de piel marrón.
Emilia
supo al momento por el acento que aquella mujer era del sur de
España. Además estaba sorprendida de cómo estaba siendo ignorada
por todos, nadie, ni Jesús, se había preocupado de presentarla o
hacer valer su presencia, así que hizo lo que Espinoza le pedía
siempre que llegaban a un sitio que no era controlado por el
Inspector, ver, oír y callar.
Lázaro
abrió la puerta y accedieron al local, lo primero que vieron fue al
portero negro vestido de blanco, Emilia lo había echado de menos en
su puesto de trabajo, ahora un nuevo color decoraba su ropa, y era el
color rojo sangre, ya que le habían rebanado el cuello y su cuerpo
yacía recostado en la pared cruzado en el pasillo.
Las
dos parejas sortearon al enorme cuerpo y en silencio continuaron por
los pasillos vacíos del local, Emilia estaba sorprendida de ver
aquel laberinto con luz directa y sin personajes poblando sus
laterales. Le pareció todo mucho menos místico y romántico que las
anteriores veces que había estado en “El Paraíso”.
En
la antesala antes de llegar al despacho de Maurice, de nuevo un
hombre yacía en el suelo, estaba desnudo y tenía toda su cabeza
reventada, el mango del martillo ensangrentado sobresalía por lo que
fue la frente del cadáver que estaba del todo irreconocible, Emilia
dedujo por la forma del cuerpo que se trataba de Josué, el camarero
de Maurice, y que seguramente al acceder al despacho encontrarían
también muerta a la propietaria de aquel antro que otrora fuera “el
Paraíso”.
Se
creía curada de espanto, y realmente volvió a sorprenderse al
acceder a la habitación y ver a Maurice tumbada con su bata roja
sobre el diván, agarrada acunaba una pequeña caja de madera y se
mecía hacia delante y hacia atrás con la mirada perdida en el
vacío.
Así
me la encontré, comenzó a hablar el engominado pequeño hombre con
su traje dos tallas más grande que su cuerpo, le he hablado;
zarandeado; abofeteado; pero no logro sacarla de ese trance. No sabía
a quien llamar, todo el que la conocía está muerto o desparecido, a
ver si usted puede hacer algo, inspector...el tono de su voz era de
auténtico afligimiento, y no era para menos, ya que todo su mundo
acaba de ser destruido y no podía sentir más que orfandad...
Jesús
sacó un chester del paquete de tabaco, sin aspaviento alguno
encendió su pitillo y comenzó a andar hacia Maurice, se colocó a
escasos centímetros, el dueño del local no levantaba su rostro y
desde otra perspectiva pareciera que hacía una felación al
inspector con aquel movimiento cadente de su cuerpo.
-Maurice,
sonó la grave voz de Espinoza, -¿Esto ha sido perpetrado por el Sr.
Pom?, quiso saber de manera directa.
Por
el rostro del transexual corrió una lágrima, una sola gota que
resbaló por la maquillada cara hasta caer sobre la caja de madera.
Jesús no se movió un ápice, Maurice dejó de balancearse, las
palabras comenzaron a salir de la boca, tan de dentro salían que no
pareciera que quien hablaba era aquel ser que durante años vivió
impostado en un papel de diva.
-
Lo he perdido todo, han matado a todo ser al que yo le tuviese amor o
afecto. No me han dejado ¡Nada!.
Lo
dijo de manera que la inspectora pudo sentir el valor de esa palabra,
aunque se consideraba una mujer positiva, en aquel cuarto empatizó
de tal manera con aquel ser, que supo que aquel ¡Nada!, implicaba
una realidad. Aún así, quiso aliviar a Maurice y no pudo reprimir
sus instintos y dedicarle unas palabras.
-No
digas eso mujer. Comenzó , -Estás viva, eres joven, aún puedes
empezar una nueva etapa...iba hablando sin saber que decir, notaba
cómo sus palabras se ahogaban en el mismo momento que salían de su
boca, el resto de personajes la miraban con idéntica pena que
segundos antes habían estado mirando a la mujer del diván. Notaba
cómo la sangre se le subía a la cara, su garganta se secaba y
comenzaban a temblarle las piernas, optó por lo que creyó más
sensato, callar la boca y dirigir sus ojos al suelo. En su interior
comenzó una lucha a partes iguales de vergüenza y odio hacia sí
misma por lo que acababa de ocurrir. Tan ensimismada estaba en su
pelea que no sintió cómo Maurice se había incorporado y colocado
cerca suya, una mano fina pero fuerte cogió su mentón y lo elevó
hasta encarar a aquella mujer de ojos verdes que la miraba queriendo
entender todo aquello que escondía en su interior. Besó sus labios
y sonrió,
-Gracias querida por tus palabras, le dijo esbozando una media
sonrisa.
-Cuando
he dicho que no me queda nada, es porque ¡Nada! Me queda. Sacó una
pequeña pistola del bolsillo de su roja bata y se disparó en la
cabeza sin que ninguno de los presentes tuviese tiempo para
retenerla. La caja de madera cayó al suelo al mismo tiempo que el
cuerpo, al hacerlo rebotó varias veces hasta caer de pie abierta,
una bailarina salió de su interior y aquella escena obtuvo su banda
sonora.
Pronto
“El Paraíso” estuvo plagado de agentes de policía, el juez
levantó los cadáveres y los cuatro testigos prestaron declaración
de lo que habían visto.
El
sempiterno cigarrillo de Espinoza se consumía en la comisura de los
labios, en la distancia era observado por la inspectora Gutiérrez.
Antonia se acercó a su compañero de trabajo y sacó de aquel
portafolios tan bien custodiado unos papeles que le dio a Jesús
junto a un beso en la mejilla, el inspector cogió los documentos y
se quedó mirando cómo la mujer se alejaba, Emilia aprovechó el
momento para acercarse a su amante y preguntarle:
-¿Qué
son esos papeles que te ha dado esa mujer?.
Jesús
le contestó sin mirarle a la cara.
-
Un apremio.
Gutiérrez
sabía que su compañero debía ampliar aquella respuesta, ya que
ella no iba a quedarse de pie y brazos cruzados con aquella escueta
respuesta. Y Espinoza completó la información:
-
El Sr. Pom quiere cobrarse una deuda que estima que tengo con él,
y me manda esto para advertirme que mis conocidos y yo estamos todos
muertos.